El Internet de las Cosas (III)

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Hasta ahora hemos hablado sobre qué es y cómo puede funcionar el “Internet de las Cosas”. En esta última entrega presentaremos algunas ideas sobre el impacto que puede tener esta evolución de la Internet, tal y como la conocemos.

conexiones

Un mundo completamente conectado.

En este particular, Kevin Ashton, pionero en este concepto, afirmó hace algunos años que,

Si tuviéramos ordenadores que supieran todo lo que tuvieran que saber sobre las “cosas”, mediante el uso de datos que ellos mismos pudieran recoger sin nuestra ayuda, nosotros podríamos monitorizar, contar y localizar todo a nuestro alrededor, de esta manera se reducirían increíblemente gastos, pérdidas y costes. Sabríamos cuando reemplazar, reparar o recuperar lo que fuera, así como conocer si su funcionamiento estuviera siendo correcto. El Internet de las Cosas tiene el potencial para cambiar el mundo tal y como hizo la revolución digital hace unas décadas. Tal vez incluso hasta más.

Hagamos un ejercicio de imaginación. Efectivamente, todo cuanto conocemos tiene un UID, es decir, una identificación única y reconocible, capaz de interactuar con lectores de diversa índole, sea ropa, calzado, alimentos, herramientas, lugares, vehículos, medicamentos, locales o establecimientos, etc., y que todos estos elementos están conectados entre sí vía Internet. ¿Cómo sería la interacción entre estos? Si todos estos elementos están debidamente identificados, tienen un lenguaje común e interactúan con otros elementos vía Internet es de esperarse que puedan “comunicarse”. Hablamos de comunicación en el sentido más humano posible, no sólo enviar y recibir información de manera automatizada, sino entender lo que esa información lleva consigo y tomar decisiones basadas en las mismas. Esto ya se hace –en cierto modo- a partir de la Web semántica o 3.0, aún en evolución.

Todos estos procesos serían cuantificados vía Internet, de modo que podríamos saber las existencias, niveles, vencimientos, y demás atributos de cada cosa en el mundo, indistintamente de su propiedad o disponibilidad. Cada objeto sería capaz de informarnos si tiene desperfectos, o si está vencido o no apto para su consumo, o si se está gastando y requiere algún tipo de reemplazo, o si requiere reparación, o actualización.

Esto podría ser una manera definitiva de tener sistemas de distribución efectivos de todos los recursos limitados del planeta. Conceptos como la escasez podrían literalmente desaparecer de nuestros mercados,  se estimaría de manera más precisa el tamaño de los mismos y sus necesidades concretas. La utopía de un mercado de competencia perfecta –donde hay igual número de compradores y productos ofrecidos- sería alcanzada. Supondría una verdadera revolución en el aspecto económico de las naciones. Fenómenos como pobreza, hambruna y mortalidad asociada a falta de medicamentos serían problemas del pasado, al menos bajo estas premisas. El concepto de desperdicio sería reducido su mínima expresión. Y vamos más allá. Cosas cotidianas  como el tráfico vehicular podrían desaparecer, pues las ciudades serían “inteligentes”, y serían capaces de interactuar con los automóviles para evitar el caos vehicular en calles y avenidas.

Data digital flow

Toda la información, al alcance de todos.

Todo lo que el ser humano de esta época conoce cambiaría drásticamente: la guerra, las relaciones internacionales, la democracia, los Estados, los hogares, nuestro modo de vida. Todo. Hay quienes opinan que esto sería muchísimo mayor que la Revolución Industrial del siglo XIX, o la Revolución Tecnológica de hace apenas 20 o 30 años. La información y el conocimiento fueron un factor decisivo en estos eventos, y el Internet de las Cosas (IoT- por sus siglas en inglés) es lo mejor de estos dos mundos.

Los datos obtenidos en tiempo real a partir de las necesidades de los consumidores (sus patrones de consumo, hábitos de uso en sus ambientes particulares, vida media de sus equipos o dispositivos bajo su dominio) permitirían afinar modelos estadísticos que anticiparan las necesidades a satisfacer por los mercados, también el nivel de aceptación o rechazo que determinado producto tendría en éstos. Las empresas entenderían mejor cómo sus consumidores interactúan con sus dispositivos y cómo mejorarlos en función de sus necesidades concretas. La -ya corta- brecha entre empresas y consumidores sería reducida drásticamente a la nada a medida que se vaya aplicando en cada ámbito de la vida diaria el concepto del Internet de las Cosas.

Está en pleno apogeo algo que se conoce como Smart Business. Con el IoT, los negocios prácticamente tendrían toda nuestra información, recogerían datos sobre nuestro uso de Internet en y a través de todos nuestros dispositivos para luego optimizar aún más sus labores de producción, distribución y mercadeo. Esto conllevaría a un conocimiento más profundo de la competencia, lo cual sentaría bases para una férrea lucha por la innovación y conquista de los mercados.

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Desde el punto de vista científico también habría espacio para causas más loables y de interés colectivo, como el seguimiento de pacientes bajo la administración de ciertos medicamentos, la cuantificación de reacciones favorables o adversas del mismo sobre éstos y, con toda la información obtenida, un mayor avance en los estudios para la erradicación de enfermedades. Al conocer nuestras necesidades exactas de recursos y reducir los desperdicios incidiríamos de manera favorable en la conservación del medio ambiente.

Ya en un aspecto más orientado a lo social, los ciudadanos tendrían acceso a un sinfín de datos para la toma de sus decisiones fundamentales, pues habría mayores insumos informativos para tener juicios más objetivos, y así mejor orientar las políticas de los gobiernos en procura de la satisfacción de las necesidades de la sociedad. Habría mayor transparencia en la gestión de lo público, lo cual reforzaría las estructuras civiles de participación ciudadana. La educación –o la capacitación- de las personas sería más mensurable, de modo que la generación de indicadores que permiten cuantificar el progreso de un estudiante en sus estudios sería más eficaz.

Sí, pero…

Estos son ejemplos simples de lo que pudiera pasar en los próximos 20 o 50 años. Pero no todo es tan bonito, ¿verdad? Existen aspectos que aún están en debate: privacidad y seguridad.

ciberespionaje

Que las empresas tengan y usen tu información particular en procura de ofrecerte más y mejores productos y servicios luce bien, pero no viene gratis. La privacidad ha sido un punto de honor en el mundo virtual, pues, todo cuando haces “existe” en la red, de modo que, cada vez que das un clic en una página o subes contenidos a tus redes sociales voluntariamente, “cedes” una porción de esa privacidad a cambio de todos los beneficios que esto te reporta. Muchos no leemos la letra pequeña en esto. Por dar un ejemplo, la mayoría de las plataformas existentes para compartir contenidos establecen que existe una propiedad compartida de los contenidos que publicas en éstas, incluso, más allá de si decides dejar de usar dicho servicio. Es debido a esto que el “derecho al olvido” establecido en Europa no es pura casualidad. La privacidad es un asunto que va más allá de las corporaciones. En algunos países el Estado es el primer interesado en conocer tu información personal, y ello constituye un problema serio para la sociedad. Recuerda que la privacidad es un derecho humano, que no debe ser vulnerado de ninguna forma.

Ahora, con todo lo señalado, imagina qué pasaría en un mundo interconectado donde cualquier interesado conozca prácticamente toda tu información, incluso, sin que tú lo sepas y lo consientas. ¿Escalofriante, no? La seguridad es un aspecto vital en esta Sociedad del Conocimiento y  la Información. El ciberterrorismo es una realidad y constituye un flagelo muy pesado en la vida de la gente. La posibilidad de ser espiado en la intimidad de tu hogar está latente y sin que lo sepas. Nuestra información es valiosa para mucha gente. Si el IoT implica una generación impresionante de datos nuestros, entonces esa información será más valiosa aún.

En la actualidad, los Estados y organizaciones relacionadas con la Tecnología de Información intentan discernir sobre todos estos hechos. Se estima que en menos de 20 años gran parte de los dispositivos y demás artefactos que tenemos en nuestras casas y oficinas serán «inteligentes» y podrán «comunicarse». Esto plantea un arduo debate ante las posibles consecuencias . Aún con todo lo dicho, esto apenas acaba de comenzar.

Sobre el autor

Alberto J. Belloso

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